Inmigrantes

Durante los pasados días tuve la suerte de merodear unos días por las playas españolas, concretamente por las de la provincia de Alicante. Tengo que decir que disfrute sobremanera con mis paseos matutinos por la playa y de los castillos de arena por la tarde con mi hermana pequeña. Pero como mi cabeza siempre va de un asunto a otro esta estancia en tierras alicantinas me sirvió también para reflexionar sobre esas personas a los que llamamos inmigrantes.

Normalmente cuando se pronuncia esta palabra a muchos les vienen a la mente las decenas de pateras que llegan a las costas de la península en verano cargadas de personas (algunas incluso no han visto las luz del mundo pues van en el vientre de sus madres) que han luchado contra el mar para alcanzar otra tierra, un sueño. Permitidme decir que la realidad parece ser más precavida a la hora de validar este estereotipo al que muchos se aferran y por el que justifican muchos de sus males.

En esos días en los que deambule con el olor a sal pegado a la piel los inmigrantes que encontré en mi camino respondían mas bien a otras características. No hablo de los turistas que vienen durante las vacaciones de verano durante unas semanas, sino de todos los ingleses, alemanes, suecos, etc., pensionistas que han ido llegando a España buscando el sol y la tranquilidad y la han fijado como su país de residencia. No tengo noticias de que se haya habido protestas contra este tipo de inmigración, en realidad, creo que nunca se la ha metido dentro de ese saco en el que sólo caben sudamericanos, subsaharianos, marroquíes, chinos, rumanos, etc. Los que vienen en pateras si que son inmigrantes, los que vienen en avión (y con dinero el el bolsillo) no. Para mi gran sorpresa mientras que a los primeros se los quiere mandar (casi a patadas) de vuelta a su lugar de origen, a los segundos se les erigen monumentos, y lo digo de forma literal. En Torrevieja, cerca de la Torre del Moro encontré una escultura conmemorativa del primer sueco que se afinco en esas tierras y precursor de la colonia sueca que ahora reside allí. Supongo que esto no es nada más que el fiel reflejo de esa doble moral tan asentada en nuestros días: esa que reparte ostias para unos y pan (o la tarta entera) para otros.